El sistema Monier
Dentro del largo proceso que llevó al nacimiento del hormigón armado, las construcciones de Joseph Monier (1823-1906) son habitualmente consideradas como las primeras hechas
con el nuevo material.
En la década de 1860 este jardinero francés hizo fortuna con un sistema patentado de hormigón combinado con mallas de alambre, ideado para construir depósitos y estanques,
y otros elementos de jardinería tales como abrevaderos, pilas o macetas. Su primera patente, de 1867, la registró por un “Sistema de macetas y depósitos portátiles, en hierro y cemento, aplicables a la horticultura”.
Monier intentó aprovechar comercialmente sus invenciones, fundando empresas y registrando sus patentes en otros países pero como empresario no tuvo
mucho éxito
Animado por su buena acogida, no tardó en proponer el empleo de su sistema para otro tipo de obras, como puentes de mediana luz
e incluso edificios, aplicaciones que no dejó de patentar. Estas construcciones pueden considerarse ya de hormigón armado, aunque en rigor la disposición de las armaduras no era del todo racional, pues Monier, huérfano de formación, había desarrollado su sistema de forma totalmente empírica. Así, la disposición de los hierros, más o menos apropiada para las paredes de los depósitos y las losas, en los elementos estructurales más complejos se complicaba sin llegar a ser coherente con los esfuerzos que estos debían soportar.
Monier intentó aprovechar comercialmente sus invenciones, fundando empresas y registrando sus patentes en otros países; en España en 1884 y 1886. Pero como empresario no tuvo mucho éxito y al final fue traspasando los derechos de explotación de sus patentes a otros, que no tardaron en sacarles partido.
Los industriales alemanes Wayss y Freytag fueron de los primeros en ver las posibilidades
de la nueva técnica, adquiriendo hacia 1885 los derechos para su explotación en los Imperios Centrales. El propio Gustav Wayss y Mathias Koenen, ambos ingenieros, estudiaron científicamente el nuevo material dotándolo de la formulación racional que Monier no había podido darle. Al tiempo, una eficaz política empresarial lo difundió por toda Alemania y el Imperio Austro-Húngaro. Gracias a este impulso colectivo, el hormigón armado, conocido como Monierbau, experimentó un desarrollo espectacular en estos países entre 1885 y 1900.