Gabriel Rebollo y Mariano Luiña
Gabriel Rebollo
Su reputación como constructor de puentes y especialista en hormigón armado, le valió a Gabriel Rebollo en 1911 el encargo de una de sus más brillantes construcciones, la del puente de San Miguel en Huesca. Y, aunque desarrolló hasta su muerte una fructífera actividad en el Consejo Superior de Ferrocarriles, ésta es una de sus últimas obras conocidas en este campo.
El puente, sito en el nuevo paseo de circunvalación de la ciudad, fue un encargo del ingeniero Emilio Monterde, al frente de la carretera de Huesca a la estación de Sabiñánigo, y requería, como puente urbano, un cierto aspecto monumental. Rebollo lo diseñó con dos arcos parabólicos de 25 m de luz, articulados en los arranques y la clave, que sostenían, mediante cuatro montantes verticales cada uno, un tablero inferior de 7 m de ancho, Inaugurado en 1912, y todavía en uso, marcó un hito al ser el primero construido con la tipología de arcos de hormigón armado articulados en España.
Gabriel Rebollo y Mariano Luiña, dos los pioneros del hormigón armado en la etapa anterior, construyeron en la segunda década del siglo algunas de sus obras más destacadas.
La empresa de Mariano Luiña
Mariano Luiña fue el más estrecho colaborador de José Eugenia Ribera hasta 1910, año en que abandonó la Compañía y emprendió su propia aventura empresarial, al frente de una empresa consultora y constructora que llevó su nombre.
Con el Sifón de Albelda, en el Canal de Aragón y Cataluña, obra de gran impacto en la época, Luiña consiguió un importante reconocimiento que, sumado al amplio bagaje técnico adquirido, le decidiría a emprender una andadura propia. Aunque abierta a todo tipo de construcciones, la empresa se presentaba como especialista en hormigón armado.
Entre las obras de esta segunda etapa de su carrera sobresale el viaducto de Canalejas en Elche, Alicante, de 1912. Todavía en pie, cruza el río Vinalopó con un tramo central abovedado de 50 m de luz, y dos laterales que se apoyan en pilares y estribos de mampostería. Años más tarde el ingeniero Fernando Hué tomaría algunos detalles del puente para su proyecto del viaducto de Teruel, terminado en 1931. Esta importante obra, en la que Luiña actuó como contratista, es una de sus últimas actuaciones documentadas.
Entre su producción de estos años, junto a construcciones habituales de la firma como eran los depósitos, Claudi Durán proyectó y construyó varios puentes. Cabe destacar los levantados en Cataluña: el puente de la Granada del Penedés o las pasarelas de San Sadurní de Noya y de Moncada y Reixac, ambas de tramo recto sobre pilares de hormigón. Para el puente de la Riera en Arenys de Mar, asimismo en la provincia de Barcelona, adoptó la tipología de bóveda rebajada.
La “Société Génerale des Ciments Portland de Sestao” mantuvo una importante actividad en la segunda década del siglo, si bien paulatinamente fue abandonando la construcción, para hacer de la fabricación de cemento su principal actividad productiva. Con todo, participó en numerosas construcciones, muchas de ellas tan importantes como los madrileños Teatro Odeón y de la Comedia, el Monumental Cinema o la nueva plaza de toros de Sevilla.
El Teatro Odeón, proyectado por el arquitecto Eduardo Sánchez Eznarriaga en 1916, se construyó casi íntegramente de hormigón armado, siendo de dicho material todo el esqueleto, la totalidad de los entramados horizontales -cubierta y pisos-, los voladizos de los anfiteatros, las escaleras, la cúpula del torreón, etc. En febrero de 1917 tuvieron lugar las pruebas de resistencia, presenciadas, entre otros, por Eduardo Gallego Ramos y Enrique Colás.
Aunque la “Sociedad de Aplicaciones de la Ingeniería” se disolvió hacia 1910, Gallego Ramos mantuvo la actividad como consultor independiente en Madrid, especializado en ingeniería sanitaria y construcciones de cemento armado. No abandonó tampoco su importante obra teórica y de divulgación, principalmente a través de La Construcción Moderna.
En 1910, el ingeniero colaboró con su antiguo socio Sáinz de los Terreros en las obras de ampliación de la madrileña fábrica de cervezas “El Águila”, para la que diseñó diversos elementos constructivos que no se podían resolver con los materiales tradicionales. Así, un forjado para soportar una sobrecarga de 4.000 kg/m² , o los refuerzos de la estructura necesarios para ubicar un depósito de agua filtrada de 82.500 kg de peso en el quinto piso del edificio principal.
Empezaba, pues, una nueva etapa en la evolución del hormigón armado en España. Éste dejó de ser un producto “pseudo-industrial”, en manos de unas pocas empresas especializadas, para pasar a constituir una técnica constructiva de plena validez. Una técnica abierta a todos los interesados en ella, formulada sobre principios racionales, reglamentada mediante normativa y sancionada por la práctica. Su enseñanza se fue incorporando a las asignaturas de las escuelas técnicas, de tal modo que los profesionales españoles pudieron contar con una base sólida y las herramientas necesarias para diseñar y construir obras de hormigón armado.
Aunque varias de las empresas del ramo siguieron su andadura en estos años, lo determinante no era ya disponer de una patente, sino contar con equipos solventes de profesionales con formación en la nueva técnica. De este modo, la época de las patentes quedó definitivamente superada, generalizándose la construcción con hormigón armado, no ya sólo en la ingeniería civil, sino progresivamente en los diferentes ámbitos de la arquitectura, residencial, representativa o industrial.